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Los filósofos hoy ya no hablan.

Los filósofos hoy ya no hablan.

A los profesores de filosofía suele gustarles la práctica del lógos. La importancia del lenguaje y la palabra dentro del mundo del pensamiento es capital. Y por eso uno de los objetivos de nuestras asignaturas debería ser el suscitar el diálogo: que los que se inician en el mundo de las ideas hablen. Que nadie piense que esto es una especia de moda “democrática” impuesta por los tiempos. Muy al contrario: la filosofía tiene sus orígenes en la charla y el chismorreo. El intercambio de historias, mitos y vivencias provocó lo que se conoce como el paso del mito al lógos. Sólo unos siglos después, los sofistas y Sócrates harán filosofía de la palabra viva. No es casualidad que Platón escribiera diálogos: aunque en ellos se trate de establecer una tesis y de defender una teoría concreta, hay confrontación dialéctica, lucha de palabras. Los textos de Aristóteles son menos abiertos, pero estaban pensados también para ser discutidos, para debatir en torno a ellos disfrutando de un plácido y provechoso paseo filosófico. Y no son los únicos ejemplos: cartas, discursos, disputas públicas, textos para ser leidos y discutidos entre todos. Actividad filosófica que parece silenciada por el monólogo actual.

Algo ha ocurrido en la filosofía desde entonces. Los escolásticos leían los textos en alto y argumentaban alrededor de los mismos. En la modernidad, las cartas en las que se discutían asuntos filosóficos cruzaban media Europa. Sin embargo, el monólogo ha terminando imponiendo su ley. En la actualidad, tendemos a asimilar al filósofo con esa persona que escribe libros difícilmente inteligibles. La filosofía es hoy discurso unidireccional, afectado además por ciertos vicios académicos: los filósofos conocidos por el gran público imparten conferencias en las que ellos hablan durante una hora (más o menos) y en el mejor de los casos queda un pequeño espacio para un breve turno de preguntas y respuestas. La construcción dialogada de la filosofía ha dado paso al soliloquio de expertos, en el que los no iniciados tienen muy poco que decir. La distancia respecto a aquellos milesios que comenzaron a compartir experiencias o respecto a aquel Sócrates al que todos los filósofos veneran y aplauden no puede ser más grande. Por muy interesantes que resulten los contenidos filosóficos, la forma acaba con ellos: ¿Qué interacción cabe hoy con la filosofía, aparte de la lectura solitaria?

Esta aristocracia de la sabiduría es tremendamente perjudicial. No por un asunto de imagen. Se trata de algo mucho más profundo: afecta al ser de la filosofía misma y es uno de los obstáculos para su difusión. El encuentro vivo y con final abierto ha dejado paso a la conferencia ritual con ovación cerrada, en la que las propias trampas o puntos débiles del discurso no suelen aparecer. Predomina la clase magistral, bloqueada a las dudas o las intervenciones. ¿Es eso filosofía? En eso la vamos convirtiendo entre todos. Cuando en realidad debería ser un intercambio vivo, en el que el “yo” deje sitio al menos a la segunda persona o a la primera del plural. Los textos parecen disecados durante los cincuenta minutos de una clase y los libros de los autores auténticas biblias dogmáticas, ensayos que de tales no tienen más que el nombre: no son tentativas sino consumaciones del convencimiento de que se tiene algo muy importante que decir y que otras personas han de dedicar tiempo para leer. En las bocas de todos están Platón, Sócrates y Aristóteles, cuando nuestros procederes están tan alejados de los suyos. ¿Cuándo se ha publicado el último libro filosófico escrito en forma de diálogo? ¿Cuándo hemos podido asistir a alguna actividad filosófica en la que haya habido tiempo para cuestionar ideas y no sólo para “promocionarlas”? ¿Por qué ya no hablan los filósofos?.

sencillamente digo yo por que se han olvidado de entender al Ser en su escencia misma, se han quedado en las formulas y conceptos pero han olvidado la intuición.