lunes

Emil Cioran el Antifilósofo

Hay lecturas filosóficas que reconfortan, que le reconcilian a uno con la humanidad. Hay otras, sin embargo, que te inquietan, que son capaces lanzar una sospecha de traición y angustia sobre la realidad que nos rodea. Estos libros se fijan en el lado menos amable de la vida, en su absurdo o en las situaciones que nos llevan a la desesperación. El desasosiego convertido prácticamente en categoría filosófica. A este segundo grupo pertenece el autor cuya lectura quisiera recomendar hoy: Emil Cioran. Sin duda, la palabra que mejor define su pensamiento es “pesimismo”. Se fija en sus obras en la amargura, la carencia de sentido, el dolor y la muerte. Su filosofía es antifilosofía de la misma forma que su propuesta vital encontraría en la negación de la vida su máxima expresión. Tomando como referencia a autores como Nietzsche y Schopenhauer, hizo de la contradicción una de las presencias permanentes en su obra. Y más de uno pensará: con estos precedentes, ¿qué motivos hay para leer a Cioran?

Pues los hay. Estos autores que suelen estar alejados del discurso habitual merecen nuestra atención entre otras cosas porque nos ayudan a cuestionarlo, nos enseñan las trampas y los agujeros de este discurso. Ciertamente, nos muestran un lado muy crudo y duro de la realidad, pero eso no significa que no exista. No sólo eso: me atrevería a decir que esta visión de la vida es más cercana a la realidad de muchos seres humanos. La alegría, la risa o la felicidad no son, nos guste o no, la tónica habitual y más extendida en el mundo de nuestros días. Sólo poniéndonos una venda en los ojos podríamos condenar al olvido a autores como Cioran, encerrándonos así en una especie de torre de marfil. No quisiera decir aquello de que el pesimista es el realista bien informado, pero sí que lo que cuenta Cioran existe y forma parte de nuestra vida de una forma constitutiva. Nuestros días pueden estar marcados, también, por el lamento, la angustia y la amargura. Cualquier periódico no es más que la expresión oficial e institucional del dolor humano.

Una de las ventajas de leer a Cioran es su renuncia a cualquier tipo de sistema. Cualquier recopilación de sus citas nos ofrece una idea de su huida de las etiquetas. Sus textos no son excecisamente largos: reniega de los conceptos y del rigor filosófico, y cada una de sus frases va cargada de una acidez vital manifiesta que encuentra en la ironía o el sarcasmo su mejor medio de expresión. Estamos ante textos directos, brutalmente humanos, que no esconden en ningún momento el mensaje bajo expresiones especializadas. La filosofía de Cioran está dirigida a “todos los públicos” siempre que se pueda soportar su lectura. Tomársele demsiado en serio puede resultar fatal, pero ignorar sus textos puede ser un descuido que nos lleve a vivir con orejeras, sin mirar hacia aquellos aspectos de la realidad, o de nuestra propia vida, que nos puedan parecer más repugnantes. En muchas de sus obras se desnuda la condición humana. Dice parte de lo que somos, independientemente de que nos guste o no. ¿Acaso no merece la pena leerlo, aunque sólo sea por la valentía de sus obras?