miércoles

Anti-filósofo y anti-dialéctico Emil Cioran


Nadie menos sospechoso que Cioran de reducir el universo «a las articulaciones de la frase», de emancipar la prosa del objeto y del mundo; y sin embargo, nadie más escrupuloso de las palabras, más exquisito del verbo y vinculado al estilo. Asqueado del vocablo y, empero, tan diestro en él como solo lo lograron algunos pienso en Nietzsche o en Canetti. 
Anti-filósofo y anti-dialéctico, la escritura de Cioran despide, con todo, dialéctica y sollozo compartidamente. Respecto al sollozo, no es preciso extenderse aquí; como escribí ya, Cioran ha tratado todos los temas más apremiantemente filosóficos desde su experiencia de la amargura. Es un exquisito de la desesperación porque no ha sorteado los escollos de la duda ni del paroxismo que calcina la sangre, ni pone emplastos sobre el destino angustiado que sobreviene luego del hartazgo de existir, pues «El mero hecho de ser es tan grave que, comparado con él, Dios es pura bagatela».
Cioran es dialéctico en tanto que reflexivo y polemista. Si de atacar la novela se trata, no es tanto por el anhelo de dirimir el asunto (por el contrario, él mismo asume, luego de sostener el acabamiento de la literatura, su incompetencia para solucionar o concluir la cuestión), sino inducido por la pasión intelectual y viviente con que abordaba todos los temas. Además, la novela aparece, en el texto que discuto («Más allá de la novela», v. bibliografía), vinculada a otros conceptos y nociones recurrentes en la obra de nuestro pensador. Así, por ejemplo, están la apelación a la civilización, a la psicología (y en particular a los «complejos», al «carácter» y al «yo»), a la tragedia, a la historia.
Confesaba Cioran, en El ocaso del pensamiento, que «El papel del pensador es retorcer la vida por todos sus lados, proyectar sus facetas en todos sus matices, volver incesantemente sobre todos sus entresijos, recorrer de arriba abajo sus senderos, mirar una y mil veces el mismo aspecto, descubrir lo nuevo solo en aquello que no haya visto con claridad, pasar los mismos temas por todos los miembros, haciendo que los pensamientos se mezclen con el cuerpo, y así hacer jirones la vida pensando hasta el final. ¿No resulta revelador de lo indefinible de la vida, de sus insuficiencias que solo los añicos de un espejo destrozado puedan darnos su imagen característica?».
No resultará extraño, por tanto, que para él haya «una relación entre el ritmo fisiológico y la manera de escribir de un escritor»; o que, en punto a los complejos, vea en estos una suerte de «esnobismo» que acrecienta nuestro yo, profundiza en presuntas facultades del mismo y «engrandece nuestras naderías». El novelista entrega su vida al público merced a una falta de pudor; se inventa una vida porque en realidad no la tiene, porque en realidad no existe: la paradoja del «civilizado» siempre según Cioranconsiste en tamizar sus secretos y disfrazarlos de efectos buscados... A través de la novela, engaña al mundo y disimula la inconveniencia de sus profundidades. ¡Qué contraste con el místico! Lo que critica Cioran es que el novelista, al contrario que el místico (y hay que pensar en la importancia capital que para este escritor tuvieron los místicos y el sentido de la religiosidad más radical), escamotea «nuestros auténticos problemas», interponiendo una pantalla «entre nuestras realidades primordiales y nuestras ficciones psicológicas». La paradoja del autor, de todos nosotros, es que somos hijos de la novela («civilización occidental, civilización de la novela», escribe el rumano). Género al cual, puesto que viola toda intimidad, reprocha Cioran el que sea banal: «Páginas y páginas: acumulaciones de naderías», afirma.
La de Cioran con la novela es una relación de amor / odio. Reconoce que los libros más conmovedores y, quizá, los más grandes que ha leído eran novelas (cómo no recordar al Cioran que elogia a Gógol y a Dostoievski, o incluso al Cioran íntimo de Beckett); pero, al mismo tiempo llama a la novela «prostituta de la literatura», oponiendo el héroe trágico al personaje de la novela: en la tragedia, el autor es «instrumento» al servicio de los héroes, «son ellos los que mandan y le intiman a redactar el acta de sus hechos y gestos»; las novelas, sin embargo, no son independientes de la psicología, «siempre pensamos en el novelista», en tanto que el personaje está desprovisto de destino y de «aliento cósmico», de «carácter».
Lo que importuna a Cioran de la psicología es que se convierta en «el único tipo de profundidad del que somos susceptibles». Incapaces metafísicamente, la psicología encubre las variaciones afectivas a que remite nuestra «vida interior», pues al procurar interpretar dicha vida, en realidad desplaza el fondo de nosotros mismos, al menos en el sentido místico al cual remite continuamente este autor. Y, por otro lado, «la novela hubiera sido inconcebible en un período de florecimiento metafísico: es imposible imaginársela prosperando en la Edad Media, ni en Grecia, India o China clásicas». El personaje novelesco no alcanza jamás el absoluto, designio metafísico por antonomasia. Y si los héroes dostoievskianos nos son tan familiares es porque nos intriga su ineptitud para salvarse, su impaciencia por decaer. «Es por su condición de santo fallido por lo que el príncipe epiléptico se sitúa en el centro de una intriga, pues la santidadrealizada es contradictoria con el arte de la novela».
La inteligibilidad está en crisis. Según Cioran, el artista ha devenido esteticista, y, merced a una «exacerbación del intelecto acompañada de una disminución del instinto», cuenta más el comentario que precede o sucede a la obra que la propia obra: «es el individuo quien hace al arte, no ya el arte quien hace al individuo». Aunque Cioran no emplea el término postmodernidad, podemos recurrir a él para referirnos a estas cuestiones. En efecto, sucede que el presente estado del arte es consumadamente ecléctico, y Cioran critica lo que refiere al artista en tanto que «glosador». El artista de hoy recurre a lo oscuro en menoscabo de lo inteligible y del «sentido». En literatura, opina Cioran, el eclecticismo resulta en un saber que no sería sino «universalidad de superficie [...] Quiebra de una época en la que la historia del arte sustituye al arte y la de las religiones a la religión». Por cierto, crítica esta que nos recuerda el reproche que Cioran le hacía a su compatriota Mircea Eliade. 

Milan Kundera, en El arte de la novela, ofrece una visión sugerente en torno a la novela y a la modernidad. Para empezar, sostiene que «la sabiduría de la novela es diferente de la de la filosofía». Según él, la novela no nace del espíritu teórico sino del espíritu del humor... Su definición de novela como «arte inspirado por la risa de Dios» nos infundiría la sospecha de si el eco de Éste se ha transfigurado, puesto que, como reconoce Kundera, «la modernidad se ha vestido con el ropaje del kitsch». ¿Qué hay, entonces, de y en la postmodernidad? ¿Es la llegada de la novela «sin materia»?...

Cioran se refiere al desvanecimiento de la materia de la literatura. Pero para él, dicho desvanecimiento provendría del ocaso del propósito de la literatura: «farsa de nuestras interrogaciones, de nuestros problemas, de nuestras ansiedades». Producto de la necesidad que tiene el civilizado de inventarse una vida. Es más: Cioran opina que el novelista expresa bien «la obsesión moderna por la historia y la psicología».

En el colmo de su reflexión, Cioran esgrime siempre un fino y escéptico humor; por ejemplo, cuando se pregunta: «¿Acaso hay un solo acontecimiento que valga la pena de ser relatado?». Pero ¿cómo no agradecerle al autor de este texto que, como en toda su obra, nos arrastre, mediante la escritura, hacia una aventura más allá de lo libresco? Es el «tono», que él mismo define como «lo que no puede inventarse, aquello con lo que se nace [...] una gracia heredada, el privilegio que tienen algunos de hacer sentir su pulsión orgánica, el tono es más que el talento, en su esencia».